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Si lo de Ecuador este jueves se puede catalogar como un “golpe de Estado”, “intentona” o términos parecidos, los manuales y textos de Ciencias Política ya van sobrando.
Carlos Latuff
Un grupo de policías sublevado que reclamaba el supuesto retiro de algunas conquistas sociales, que finalmente en un rapto de rabia y arrojo suicida decide rodear al presidente Rafael Correa en momentos de un amago de negociación directa y secuestrarlo en un hospital durante doce horas ¿es una sublevación que intenta deponer el Estado de derecho y el Gobierno legítimo?
Vamos por partes. Aunque hubiese algunos integrantes de la policía opositores a Correa y afines a su acérrimo oponente Lucio Gutiérrez, en una primera lectura se trata de una acción aislada de protesta de un colectivo con cierta capacidad de fuerza pero escasa posibilidad de éxito en una aventura golpista. Y los golpes planificados siempre miden su capacidad de abatir las fuerzas vigentes, desplazarlas y montarse en el poder.
El alcalde de Quito, oponente político de peso en la política ecuatoriana, rápido salió a rechazar la payasada de estos uniformados espontáneos que, ciertamente, generó una crisis política, pero lejos estuvo de lograr una deposición del gobierno y muchísimo menos instalar un régimen de facto (¿se lo pensarían en serio? La duda es mucha).
Gobiernos de izquierda y derecha de Latinoamérica y el mundo, así como organismos regionales e internacionales activaron sus alarmas, como es lógico ante el secuestro de un Presidente, pero sólo el secretario de la OEA, José Miguel Insulza, (bocón), Cuba y el venezolano Hugo Chávez se apresuraron a ponerle la etiqueta: golpe de Estado (“otra dentellada de las bestias”).
De que se trató de una sublevación policial, no cabe la menor duda. Sobre todo cuando los insurrectos de batieron a tiros con efectivos militares que rodearon el hospital donde mantenían recluido al Jefe de Estado. Sin embargo, el cerco policial fue roto, Correa rescatado y trasladado al palacio presidencial en un vehículo blindado. La aventura tuvo poca vida, por fortuna.
La historia tiene ciertos puntos de contacto con el golpe que en abril de 2002 sufrió Hugo Chávez, quien también fue secuestrado (por más de 48 horas), supuestamente obligado a renunciar al cargo, rescatado por fuerzas militares y devuelto al poder en medio de un baño popular de seguidores. Pero la de aquí fue una operación en la que se implicaron el Alto Mando Militar, ciertos empresarios, ciertos políticos, que lograron deponer temporalmente el gobierno, instalaron un nuevo gobierno, hicieron actos de gobierno (decretos, nombramientos, órdenes), quisieron ser gobierno y finalmente cayó por su poco coherente e ilegítimo gobierno.
Los aliados de Unasur probablemente formularán todo tipo de declaraciones de “principios” para condenar un “intento de golpe de Estado contra el camarada Correa”, en el que, como siempre, estarán citados como actores protagonistas Washington y la ultra derecha, y actores de reparto “sus lacayos apátridas”. Ya nos sabemos el libreto por estas latitudes.
Así será que el propio ex ministro de la Defensa venezolano en 2002, José Vicente Rangel, entrevistado el 12 de abril por la finada Gioconda Soto de El Nacional, no se atrevió a calificar éste de aquí como un golpe (que sí lo fue): “Eso es un problema semántico”, había declarado. ¿Podremos entonces llamar esta mamarrachada aventurera como un golpe en Ecuador?
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